Existen una serie de sentimientos desagradables como son: la ira, el enfado, la irritabilidad, la molestia,etc.., que forman parte del ser humano y son inevitables. Pero cuando suceden muy a menudo y no se sabe controlarlos bien producen mucho daño al que los sufre y a los que están alrededor.
Una cosa es enfadarse o molestarse con alguien de vez en cuando y otra cosa es ser agresivo con demasiada frecuencia. Hay un límite que tenemos que aprender a distinguir que es: entre sentirnos molestos, enojados o irritados y entre perder los estribos, atacar al otro, humillarlo o minar su autoestima. Lo primero nos puede pasar a todos y lo segundo es un modo de ser cruel que no podemos permitirnos.
Todo el mundo tiene derecho a sentirse molesto y a expresar lo que siente, pero hay que aprender a decirlo de una manera adecuada, es decir; de un modo asertivo. Todos nos enfadamos y nos sentimos mal, pero en muchas ocasiones no es por lo que ha dicho o hecho la otra persona, sino por lo que hemos entendido o interpretado inadecuadamente. Normalmente no somos crueles por maldad sino porque no sabemos identificar los actos o expresiones de la otra persona en su justa medida y le damos una dimensión exagerada o distorsionada.
Si esto último te ocurre con demasiada frecuencia y como consecuencia tienes discusiones o malentendidos con una o más personas de tu entorno, deberías analizar hasta que punto eso es responsabilidad tuya.
Detrás de este mal comportamiento puede haber alguna alteración psicológica como: cuadros depresivos, trastornos obsesivos, autoestima baja o falta de habilidades sociales. En otras ocasiones, si se ciñe únicamente al mundo de la pareja es porque puede haber un problema de comunicación en ella, y si no se arregla se puede convertir en un mal hábito que puede llegar a destruirla.